Olleros, Carranza, Palermo, Plaza Italia, Scalabrini Ortiz, Bulnes, Agüero, Pueyrredon, Facultad de medicina, Callao, Tribunales y 9 de Julio.
La misma secuencia día tras día.
Puerta a la izquierda, escalera en la punta, andenes laterales, puesto de revistas a 3/4, 4 molinetes, los muchachos del violín.
Ya no había sorpresas reservadas para mí en las estaciones que me separaban del trabajo.
Uno, con el tiempo, empieza a perder la facilidad del entretenimiento cuando la rutina se le viene encima.
Estaba en el anteúltimo vagón, por mera casualidad, ya que mis cálculos sobre que sector del subte estaría más o menos lleno, basados en ubicaciones de escaleras, puestos de diarios y bancos, ya no me entretenían como los primeros años. Aquellos en los que miraba al vagón siguiente y les sonreía a los rostros apretados, transmitiendo la sensación de que yo sabía algo que ellos no en la estación pasada y ahora podía abrir libremente los brazos e improvisar un bailecito.
Ya esos tiempos habían pasado, como en casi todo lo que respectaba a mi vida, solo bajaba la cabeza y me dejaba llevar.
No recuerdo bien si alguien se paró y tuve que correrme, o si me distraje con el titulo del libro que llevaba el tipo parado al lado mío.
El asunto es que allá por donde Bulnes se transforma en Agüero, levanté la cabeza y al dejarme la vista libre el sujeto al que había liberado el paso, o descubrir con desgano un titulo poco atrayente y desviar la visión, la vi.
Allí estaba, apoyada contra la pared del fondo…mi primer amor.
Ella nunca lo supo, ni siquiera me anotó jamás en sus recuerdos.
Si hay algo que tienen las chicas de 14 por sobre los chicos de 12 es total indiferencia en su memoria. Sin embargo yo la recordaba perfectamente.
Mis años escolares firmaron su partida con una fiesta en el colegio. Yo ya me sentía un hombre y podía volver solo. No importaba cuanto énfasis pusiese mi abuela en lo que respectaba a mi seguridad personal.
Así que a eso de las diez y media de la noche infle el pecho, mire a los pocos compañeros que allí quedaban, esperando por sus padres, claro está, y dije lo más ronco que pude:
- me voy!
Se hizo un silencio entre aquellas almas juveniles.
- ¿solo?
Se animó a preguntar Nachito, el más bajo de ese 7mo “c”.
- Solo.
Confirmé orgulloso de mi autonomía. Es que el colegio quedaba allá por Bulnes, y yo vivía a 2 cuadras de Palermo. No había sorpresas en el medio que me había transportado durante toda mi infancia escolar.
Mis padres lo sabían, mi abuela también, pero ya transitaban los años en que las personas se exceden de cautelosas.
Salí del colegio y admito que me sentía libre, independiente, feliz. Ya era un hombre y como tal debía ser generoso, así que me sentí en la obligación de conceder 50 ctvos, de los 4 pesos que significaban mi fortuna, al hombre con el clarinete que nos deleitaba en el descanso de la escalera. "bien ganados se los tenía", pensé.
Cuando me dijo – muchas gracias caballero- casi me pongo a llorar de la emoción.
El resto es una de las cosas que marcaron mi vida.
El corazón, el alma, los ídolos, los principios, la ilusión, la aventura, son cosas que suceden en la infancia y en la adolescencia, son cosas que se nos quedan bien adentro, y luchan el resto de nuestras vidas por seguir existiendo.
Allá por Scalabrini subió a mi vagón (era MI vagón) un grupo de chicas grandes, eran mujeres de 14. Mi hombría, de repente, se fugó tan rápido como había llegado.
Eran 4. No sabría explicar a donde se dirigían, pero la elegancia en sus vestuarios y la belleza en el maquillaje de sus rostros me indicaban que iban o venían de algún lugar importante, algún lugar al que no podría ni siquiera aspirar.
Reían y se divertían. Yo estaba agarrado con todas mis fuerzas al asiento, cuando el niño volvió a impactarme de lleno. Confieso que tenía miedo.
De repente, mi peor pesadilla se volvió real. Una de las chicas me vio.
Hubiese salido corriendo, hubiese gritado, hubiese rogado por piedad, pero la puerta que daba a la estación Plaza Italia acababa de cerrarse y solo estábamos ellas y yo en todo el vagón.
Lo que siguió fue cruel, fue terrible, fue invasivo… fue hermoso. Se murmuraron algo y tres de ellas empezaron a cantar, entre carcajadas, a enrique Iglesias, que en ese tiempo era sensación entre las adolescentes. La metáfora no pudo ser mas nula “Enamorado por primera vez” fue su elección.
La morocha, que había sido la primera en verme, salió de entre las demás. Era hermosa, con el pelo negro y los ojos de un color semejante al de la miel.
Me tomó de las manos y me levantó cual muñeco de trapo. Ya mis intentos de resistencia estaban totalmente apaciguados, no tenía fuerza ni coraje para hacer nada que no fuese quedar a su merced.
Puso mis manos en su cintura y comenzó a bailar conmigo el lento. Yo no había experimentado más que 2 o 3 bailes de esas características, y en todos los casos junto a los muchachos de mi grado. Se sabe que la barra y el coraje son muy unidos.
Las chicas continuaban cantando y yo seguía bailando al ritmo de ellas, con el corazón palpitándome como nunca. Ni siquiera el intento del profesor de gimnasia por volvernos velocistas me habían llevado hasta tales extremos.
-Tranquilo nene. -Me susurró al oído-.
Luego de unos segundos estaba sensiblemente más calmado y pude disfrutar de ese momento. De golpe el canto de las chicas desapareció.
- vamos que es acá - Dijo una de las que cantaba-
la morocha se acerco a mi y otra vez susurro…
-adiós bombón.
Me dió un beso en el cachete muy cerca de la boca, y entre risas y complicidades con las otras, se bajó.
Se bajó en Palermo, el mismo lugar donde debía hacerlo yo, si no hubiese estado completamente paralizado.
12 años después, allí estaba parada como si nada. Como si nunca en su vida hubiese marcado tan abruptamente la vida de alguien, como ignorando los divertimentos que el destino tiene. Allí estaba, parada y allí estaba yo, otra vez paralizado ante los mismos ojos miel.
El sudor me corría, debía hacer o decir algo. Me sentí demasiado poca cosa ante la inmensidad de este universo que nos volvía a cruzar como para quedarme inmóvil.
Las estaciones se sucedían y mi desesperación aumentaba. Allá por Facultad de Medicina me entró un miedo terrible a que se bajará, la vi mirar hacia fuera y temí el fin de su viaje. La puerta se cerró y pude volver a respirar.
Ya no quedaba mucho trecho en el recorrido y el fracaso crecía como la opción más aparente.
De repente estabamos en Callao, la suerte, la casualidad y todo aquello que no entendemos volvieron a compadecerse. Entraron 1 hombre y 1 mujer que yo conocía bien, 2 personas que se promocionaban como actores. Entraron en silencio, como si no se conocieran, pero yo ya sabía lo que vendría.
El miedo a que la primera mujer amada se bajará desapareció. Si la realidad estaba forzando la situación hasta llegar a estos extremos, no sería verosímil que ella simplemente, se bajara.
Ambos actores, ubicados uno a 1 puerta de distancia del otro, comenzaron con su acto.
- ¡con que acá estas!! - dijo el más cercano a ella.
- Con que acá estas vos- respondió la otra.
Al instante lograron captar la atención de todos, tal como lo hacían cada vez que representaban el sketch. Las amenazas se sucedían y numerosas descripciones, supuestamente hilarantes, acerca del por que de su odio iban ganándose algunas sonrisas en mis vecinos.
Sabía que era mi oportunidad, que no tendría otra posibilidad de acercarme, debía hacer algo y debía hacerlo ya, por que nunca el destino había sido tan benefactor conmigo y no podía faltarle el respeto.
Todo continuó su curso como uno podía esperarse, considerando todo lo anterior.
La mujer saco una paleta de ping-pong a modo de arma y blandiéndola cual sable dijo:
- ahora te quiero ver chiquilín, a ver como te defendés.
- ¿A si? Voy a tomar un rehén – declaró mientras tomaba del brazo y ponía frente a él, como no podia ser de otra manera, a mi amada.
Lo que sigue es un orgullo para cualquier niño de 12 años que, luego de muchos años, vuelve a encontrarse con su viejo amor inconcluso.
Miré a los ojos al hombre con una paleta de paddle del cartel que tenía en frente, y los 2 lo supimos. Era ahora o nunca:
- ¡no mientras haya un hombre que sepa bailar!!! – dije enérgicamente, ante el estupor de todo el público, que no terminaba de entender el giro que yo le había dado a la historia.
Por supuesto que estábamos ya en Tribunales, por supuesto que subieron los tipos del violín, no cabe duda que al estirar un billete de 2 pesos y decir – Maestros, que suene “enamorado por primera vez” – los tipos asintieron y empezaron a tocar.
Le saque al estupefacto actor de encima, tome su cintura y empecé a bailar. Ella estaba sorprendida, sentí su corazón palpitar fuertemente. No podría decirles si con la misma intensidad que el mío hace 12 años.
No se si fue mi acto heroico que la desprendió de las garras de aquel actor, o la sorpresa que significó mi intervención lo que la hizo quedarse. Me acerqué y le susurré al oído:
- tranquila nena.
Allí se soltó un poco y me siguió el baile, con el mismo marco que hace 12 años. Supe que todavía la amaba.
Llegamos a 9 de julio, y no pude evitar susurrar:
- Adiós bombón.
La bese en la mejilla, muy cerca de su boca y me bajé.
Ella se quedo parada, como paralizada.
Me gusta pensar que debía bajarse allí, me gusta pensar que el universo se detuvo, esta vez, para ella. Lo que si se, es que jamás me olvidará. Que ahora tomo el subte 10 minutos antes para no cruzarla, para continuar amándola en secreto y poder seguir siendo niño eternamente.
El destino a veces gusta de los planes simétricos y perfectos. Cuando uno vive uno de ellos, siente que todo tiene sentido, que esta formando parte de algo grande, y si esto les parece inverosímil, es por que jamás supieron lo que significa tener 12 años, y seguir teniéndolos toda la vida.
nota: Este texto lo escribí para un concurso del subte.
nota 2: creo que no gané.