16 abril 2007

BUENOS DIAS

No me pasó a mí, no lo viví, pero lo sentí. No eran mis manos, no era mi boca, no eran mis piernas, no era mi bronca, sin embargo puedo detallar muy claramente el sudor que no tuve en la espalda, puedo enumerar sin ningún esfuerzo los niveles de ira que no recorrí.

Eran las 6:30 de la mañana y la terraza de ese edificio se encontraba al borde de la total ausencia. El cumpleaños había terminado. Nadie lo había dicho, pero los perceptivos lo entendían sin que nadie apagara la música o realizase ademanes de querer ganar la cama, y, por consiguiente, el sueño.
El decidió irse. Preguntó por la anfitriona y por una llave. Dijeron que había bajado acompañada de alguien que quiso igual, solo que un minuto antes. El tomó el ascensor. Descendió los 10 pisos. Mientras ganaba el paliere, se vio solo, la anfitriona iba por el piso 6 en dirección contraria. Pensó es subir de nuevo y eso lo agotó aun más. Pensó en esperar hasta que alguien con llave se acercase, pero la desconfianza en su suerte lo hizo desistir... ya cuando se encontraba dando un paso hacia la vuelta, lo vio. Sintió ese alivio que gozan los que, al borde de la desesperación, descubren en un bolsillo impensado el documento u el pasaporte cuando se han recorrido muchos kilómetros y de repente, esos insignificantes libritos son esenciales para la existencia. Lo vio y le pareció un héroe, un amigo, un hermano. Era el portero.
Agradecido, El, se acerca hasta la puerta de cristal, y con su sonrisa más simpática, golpea suavemente el vidrio que, es a su vez, la puerta. Lo hace suave, lo hace casi agradeciendo.
El héroe, amigo, hermano gira ¾ su cuerpo y lo ve a El que le hace un amistoso gesto circular con la mano derecha mientras señala la cerradura. Sin soltar la manguera, con la que asea la vereda, utiliza la otra palma para pedir que lo aguarden unos segundos, que le permita un breve tiempo para finalizar el delicado momento de la tarea que efectuaba... sin perder la sonrisa, El accede a respetar su tiempo… pasan unos segundos, y otros, y otros más… nada sucede, nada cambia, el agua sigue corriendo hacia la alcantarilla, la espuma continua en los surcos de la vía pública …
- Pobre hombre, debe haberse olvidado, y bueh, los años no vienen solos, voy a recordarle mi presencia – piensa El –

Nuevamente efectúa los golpecitos, esta vez con un poco más de fuerza, como para fortalecer su imagen de hombre necesitado. La respuesta es casi calcada, el tipo hace con la mano un “aguanta” y sigue como si nada… pasan los minutos (varios) y el sentimiento de odio lo va ganando. Golpea más fuerte, saca un encendedor del bolsillo, lo usa de herramienta. El ruido es casi ensordecedor. Golpea más y más fuerte y el portero de mierda no da bola.
Con todas sus fuerzas hace temblar el vidrio de la puerta y el hijo de puta se hace el pelotudo… grita, golpea, hace un escándalo… tanto que un transeúnte de la vereda opuesta se compadece. Cruza la calle y trata de quebrantar la tozudez del forro de la manguera. Una charla, que El, deduce de la mímica, lo enerva aun más. Después de unos segundos, el transeúnte se da por vencido, lo mira, hace un gesto de impotencia con las manos, y se va.
Otra vez esta solo con el insensible. Retoma los golpes, retoma el escándalo y blasfema con todas sus fuerzas. El tipo se sigue haciendo el pelotudo. El reverendo hijo de puta disfruta de su maldad.
Ya han pasado unos 15 minutos desde que la puerta del ascensor se abrió, y nada cambio, el pestillo continua impidiendo la salida. El forro de la manguera se regocija y El brinca enfurecido.
De repente, algo sucede… el ascensor vuelve a abrirse y aparece la anfitriona. Baja con la llave, al fin terminará el encierro.

- me queres decir por que mierda no me abriste hijo de puta? Que mierda te pasa?

No hay respuesta. Indiferencia, solo indiferencia. Muy muy enojado El se pone a unos poco centímetros de la cara del receptor y prosigue con su mensaje, más lento y pausado, como para hacerse entender bien.

-dale cagón hijo de puta, soltá esa manguera de mierda y decime que carajo te paso !!! eh ¿?.. eh? Forro hijo de puta decí algo !!!. – esa pregunta esconde una intención de provocar la reacción del desalmado y poder terminar de justificar así, la muy merecida trompada en la mandíbula.
Nada sucede, el tipo se queda callado… no se a atreve a levantar la mirada del piso ya desprovisto de espuma que justifique la manguera.

Es aquí donde la desesperación de la anfitriona provocan un giro total.

- basta andate, dejalo. Andate – dice casi entre lagrimas – por favor, anda.

La caballerosidad y el respeto por el genero femenino puede más que su orgullo y accede a no romperle un adoquín en la cabeza.
Se va. Emprende la vuelta con la ira a flor de piel, totalmente atormentado por la injusticia. El tipo se merecía una trompada en el medio de la boca. Por que? La respuesta es obvia…por hijo de puta.

Camina 1 cuadra, otra y otra… hasta que no puede continuar, una fuerza, un odio, una necesidad lo hacen volverse sobre sus pasos. Da media vuelta y emprende el regreso por que el mundo se lo pide, por que el coraje de un caballero se vio ultrajado por un papanatas. Vuelve y esta bien que vuelva…

- Ey… decime por que mierda no me abriste la puerta, dame un motivo y me voy – No contesta. Sigue encharcando la vereda—contesta cagón hijo de puta, ¿por que carajo no me abriste la puerta?

El imperturbable humanoide levanta la mirada hasta el edificio de al lado y se socorre en su compadre laboral.
- Alberto, llama a la policía.
- Llama a quien quieras hijo de puta, pero decime por que mierda no me abriste – grita ya preso de la furia.
El ex héroe, amigo, hermano, ahora devenido en “paraguayo hijo de puta”, da unos pasos hacia la puerta del garaje cerrándola a su paso. De manera muy cobarde se enjaula para seguir con su maldad. Saca un celular de entre sus ropas de paraguayo hijo de puta y marca el hiperconocido 101.

- ¿hola policía? Acá hay un borracho qu….
- ¿Que?... ¿Un borracho? La concha de tu puta madre, deshiles que sos un cobarde mal parido, cantales que me tuviste como pelotudo 15 min. – justo cuando se disponía a reventar la puerta a patadas, nuevamente se abre el ascensor, desciende la anfitriona y siente una especie de deja vu al ver el cuadro del paliere. Se refriega los ojos y repite más o menos la misma acción de la vez anterior. Lo ultimo que El recuerda, antes de irse insultando a más no poder, es la voz de quien bajo con ella.
- Dejalo es un portero…

La violencia contenida en nuestro hombre alcanza el grado máximo soportado por el cuerpo humano, camina de nuevo las 3 cuadras antedichas mientras sigue escupiendo ira entre dientes. Se ubica en la esquina donde para el colectivo, pero sobre el asfalto.

Los años y el deporte le han brindado una capacidad de reacción que le permiten esquivar la moto, que deja en su camino un claro y audible “PELOTUDO”.
Levanta la vista, siente injusticia nuevamente y la sangre vuelve a hervir.
- ¿que te pasa forro? Mira antes de doblar.

La moto se detiene unos 50 mts. más adelante, bajan los 2 pasajeros. Se da por entendido que aceptan el intercambio de agresiones.
- ¿sos pelotudo? ¿Que carajo haces ahí parado en el medio de la calle? ¿Nos vamos a pelear?.. eh… ¿nos vamos a pelar? – el mas corpulento de los 2 dice esto mientras realiza algún especie de ritual que imita los movimientos de un gorila.

- ¿como que hago? Espero el colectivo pelotudo, espero el puto colectivo – acorta las distancias con un trotecito ligero hacia donde la maza de carne continua dando saltos y golpeándose el pecho.

- No para mas ahí el 34 - grita el hombre/gorila.

Detiene el trote, pero no aminora los decibeles en sus palabras.

- ¿Ah y donde para ahora?

- En la otra cuadra, tenes que volver para atrás – ya saltando menos, continúa gritando para demostrar su hombría.

- Gracias – dice El con otro alarido, y se vuelve 1 cuadra más atrás.

El viaje y los minutos que pasan sirven para aplacar un poco la ira la bronca contenida, para reflexionar acerca de lo sucedido. Lo tiene decidido algún día volverá por ese portero con una bomba molotov.

Lo difícil de volver a paternal desde Palermo, es que los colectivos te dejan lejos. La línea 34 no es la excepción. 6 cuadras lo separan de su casa, 6 cuadras que intenta caminarlas lo más rápido posible para poder poner fin a la mañana. Diría que todo termino en paz, diría que un café una aspirina y una almohada fueron suficientes. Sin embargo, lo que viven en paternal conocen al ciego del barrio… un hombre del que nadie sabe demasiado. Un hombre preso de su incapacidad, enojado con el mundo… este ser, habita en las calles y en los colectivos, grita imprudencias, provoca patotas y persigue a los pacíficos.
El destino y la avenida Donato Álvarez los pone frente a frente. El ciego escucha los pasos, escucha un alma, un cuerpo, siente calor, alguien que le oiga lo que se le ocurra decir en el momento.

- Buenos días – dice, sin conocer el rostro de su improvisado interlocutor.
- Buenos días las pelotas, es un día de mierda. – se queja El todavía reo de las últimas horas.
- ¿De que te quejas…eh? Vos por que tenes plata.

La situación financiera de nuestro caballero no podría estar peor. Una seguidilla de malas decisiones, que no vienen al caso referir, lo han dejado casi en banca rota. La incoherencia de la oración vuelve a enervarlo.

- ¿que? ¿Qué plata? No tengo un mango, estoy volviendo en colectivo por que no tengo un peso para un taxi, ¿de que carajo hablás?

- pendejo de mierda la puta que te parió…

- callate callate, ciego hijo de mil putas morite…

A partir de aquí el dialogo se vuelve irreproducible, una mezcla de insultos que se desesperan por salir de la boca del ciego, se encuentran ridiculizados por la burla.
Las manos al costado de la cara con las palmas abiertas haciendo un movimiento rotatorio de muñeca (gesto totalmente superfluo ante alguien que no puede apreciarlo) se suma a un constante dadabababadadabadabadabadabadabaaadaabadabbaa…


Camina el último tramo de cuadra hacia atrás, sin dejar la acción, ni la pelea, que le ha dado al no vidente un nuevo motivo para seguir viviendo. Recordar que quedan más personas a las que se las puede molestar.